Seguramente podemos alcanzar un fuerte consenso en que las sociedades democráticas son más sólidas cuanto más sólida sea su ciudadanía, y que a su vez esta ciudadanía requiere para su pleno ejercicio tanto de valores como de capacidades individuales. Así se conjugan en la imagen de un buen ciudadano los valores de la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto y también las capacidades que permiten que esos valores se ejerzan y tengan una incidencia pública, por lo tanto también será necesario que los ciudadanos sean capaces de deliberar, de procesar información, de ponderar alternativas y establecer prioridades. Las democracias deben asegurar esta condición, y para ello el acceso a la información y a la cultura son primordiales, muy especialmente en los sectores más vulnerables de la sociedad donde el acceso a medios como el cine, el teatro o la televisión por cable está vedado, siendo en consecuencia la televisión abierta su fuente privilegiada de acceso a la cultura y la información. Esta situación tiende a reproducirse con menor intensidad en otros sectores sociales, lo que si bien disminuye la incidencia de la televisión, no la hace que sea menos relevante.
A partir de esta realidad y pensando en la formación de ciudadanos y las posibilidades reales que se tienen para ello, tal vez sería bueno que además de dotar de mayores recursos a la educación, de insistir en un mejor diseño de los programas de estudio y en promover la participación y la discusión, pensemos que la televisión tiene un rol a cumplir en esa tarea. Deberíamos en lugar de criticar la cada día más pobre programación de la televisión abierta preguntarnos si no es una responsabilidad del Estado tomar alguna iniciativa que incida en la misma.
En consonancia con lo que se decía al inicio, un Estado democrático tiene la responsabilidad de asegurar la fortaleza de la democracia a través de la promoción de los valores cívicos y de las capacidades correspondientes. Es por ello, que dado que la televisión juega o podría llegar a jugar un rol altamente significativo en esa tarea, se debería incidir en los criterios de programación de los canales de televisión abierta, ya que éstos usufructúan señales que son de todos y por lo tanto deberían comprometerse con esos valores que también son de todos: los valores de la ciudadanía.
Por supuesto que en un planteamiento de este tipo surge inmediatamente un riesgo de manipulación e instrumentalización de la televisión para fines políticos. No sería nada novedoso el vestirse con el traje del interés general y culminar realizando fines particulares, pero si existe un verdadero interés en promover una ciudadanía sólida, el temor ante este riesgo no debería paralizarnos sino que por el contrario debería estimularnos a buscar los mecanismos que pudiesen evitarlo. Casi siempre en estos casos la imposición es el peor camino y el diálogo el mejor, por lo que bien podría pensarse en una instancia en la que se discutiera este tipo de cuestiones en la que participaran todos los afectados, de tal manera que los intereses de todos se vean reflejados: el de los ciudadanos a través de sus representantes políticos, el de las empresas que tienen las señales, el de las empresas que avisan, y todos aquellos que puedan integrarse como forma de garantizar la representatividad de esta instancia. De esta forma se podría transformar la concepción del televidente-consumidor en la del televidente-ciudadano, que como tal tiene una dimensión de consumidor que es irreductible pero que también es capaz de albergar un espacio que se sitúa más allá del interés personal y se proyecta en el interés general.
¿Cómo podría hacerse esto? ¿En qué contenidos se piensa? Para responder estas preguntas es imprescindible tomar distancia de las interpretaciones dicotómicas que postulan como única alternativa al entretenimiento de pésima calidad que plaga nuestra televisión, a programas educativos o la alta cultura manifiesta por ejemplo, en la ópera. Si éste es el camino, la empresa está destinada al fracaso porque si sustituimos a Gran Hermano o Bailando por un sueño por la ópera Carmen o documentales, los televidentes se reducirían y las empresas televisivas se verían perjudicadas. Lo que debería asegurarse es que todos ganaran: que los televidentes pudieran tener una programación de mayor calidad y que las empresas mantuvieran estable su audiencia. Por lo tanto, para romper la dicotomía “culto-aburrido y entretenido-chabacano” habría que discutir sobre diferentes formas de entretenimiento, y en tal sentido distinguir entretenimiento de buena y mala calidad. Quienes acceden a más canales que los de la televisión abierta tienen esta opción de entretenimiento de mayor calidad, y reitero en que estoy refiriéndome a entretenimiento; por ejemplo, podemos encontrar series en las que se tematizan y estimulan los razonamientos morales universalistas, la reversibilidad de las posiciones, la formación de juicios imparciales a través de la narración de una muy buena historia. Las narraciones a lo largo de la historia han operado como un medio privilegiado para la educación ciudadana, desde Homero y la tragedia griega hasta Jane Austen; esa función social de la literatura es la que debería estimularse. Cuando pensamos en algunas series televisivas no estamos hablando de otra cosa que de narraciones que son capaces de provocar la empatía con los personajes y en consecuencia hacernos sentir y vivir experiencias a las que de otra forma no tendríamos acceso. La función social de las narraciones permiten trasmitir valores, ejercitarlos o rechazarlos a través de una asunción del rol del protagonista. Por supuesto que esto no agota la tarea de la formación de ciudadanos, pero no estaría nada mal que como sociedad reflexionáramos sobre los contenidos que tienen los medios que en definitiva nos pertenecen, no para imponer ningún punto de vista, sino para invitar a reflexionar y construir conjuntamente aquello que tenemos en común y de lo que somos responsables, esto es nuestra condición de ciudadanía. Seguramente todos querremos vivir en una sociedad en que la democracia y la ciudadanía sean fuertes, las razones para ello son muchas pero tal vez una de las más importantes es que de esa manera la manipulación e instrumentalización por parte de intereses particulares sería mucho más difícil de realizar.