10 diciembre 2008

VIRTUDES Y VICIOS EN LA ARGUMENTACIÓN POLÍTICA

Gustavo Pereira

En una de sus muchas dimensiones, la política supone que los actores sean capaces de presentar sus ideas públicamente y defenderlas con razones que todos podrían llegar a aceptar. A partir de esto la discusión pública puede fortalecerse o debilitarse a partir de cómo se presenten esas razones, pudiéndose incluso en algunos casos llegar a hablarse de virtudes y vicios cívicos. Dos ejemplos de destacados políticos de izquierda ilustran los vicios de este ejercicio y también la “vitalidad” de la democracia uruguaya.
El primer caso es el del senador Mujica, quien en plena discusión de la Rendición de Cuentas cuestionó la asignación presupuestal que se le estaba haciendo a la Educación porque de esa forma se hipotecaba la posibilidad de mejorar la situación de la policía. Esto podría haber sido solamente una manifestación de ajuste en la política de asignación de recursos y nada más, si el senador Mujica no hubiese respondido, a los dos minutos de hacer esta afirmación, sobre la necesidad de invertir en innovación y cómo a través de ésta se encontraba el futuro del desarrollo del país. Parece ser que para Mujica no era posible proyectar las consecuencias de su primera afirmación, es decir, si no hay suficiente inversión en el presupuesto universitario no queda muy claro de dónde saldrá esa innovación a la que apela, siendo la Universidad de la República la institución por lejos más importante del país que promueve esto.
Un segundo caso es el del senador Fernández Huidobro, quien hace unos días afirmó que ante la actual situación de criminalidad “no hay más remedio que armarse”; a las pocas horas de hacer tal afirmación sostuvo escandalizado en un canal de televisión que en los incidentes en la cancha de Danubio había habido heridos de bala. Al igual que en el caso de Mujica, parece que Fernández Huidobro no es capaz de proyectar su primera afirmación y contrastarla con la segunda, porque si todos estuviésemos armados como él sugiere, los heridos de bala que menciona serían muchísimos y habría sin duda varias muertes.
Si bien me preocupan, la posición de Mujica con respecto a la Universidad y la investigación e innovación, y la posición de Fernández Huidobro sobre el derecho de los ciudadanos a armarse no son el centro de lo que quiero tocar. Lo que sí me alarma es algo aparentemente más trivial, y es la forma en que se razona públicamente. Hemos visto que ni bien se proyectan las consecuencias de la primera afirmación, la misma resulta insostenible o difícilmente defendible. Creo que esta paupérrima forma de ofrecer razones para respaldar posiciones es una de las peores consecuencias que tiene el creciente y constante debilitamiento del debate público; parece ser que a nadie le importa mucho el ser claro, coherente o consistente. Por el contrario, lo que tenemos es un fárrago de falacias, de analogías arbitrarias, de advertencias infundadas que no hacen más que convertir lo que en algún momento pudo haber sido una discusión y una deliberación pública virtuosa en una charla de boliche. Es más, algunas claras virtudes de la argumentación, como el reconocimiento de la propia falibilidad, difícilmente logran estabilizarse en un justo medio y terminan bastardeándose por defecto o por exceso. La tan mentada y autoelogiada “marcha atrás” es una virtud siempre que, como nos enseñaba Aristóteles, la ejerzamos en su justo medio. Pero, para seguir con la metáfora, si nuestro vehículo una vez que avanza pone marcha atrás, cualquiera que nos vea conducir pensará que somos unos torpes automovilistas.
Los ciudadanos estamos en nuestro derecho de exigir que nuestros gobernantes discutan y debatan de otra forma. Podemos exigirlo porque lo que hacen usualmente es un insulto a nuestra inteligencia y hasta a nuestra sensibilidad. Este año, el día del patrimonio estuvo dedicado a Vaz Ferreira, quien tuvo como principal preocupación que la ciudadanía fuese capaz de argumentar correctamente porque en esto identificaba una condición esencial para la democracia. No estaría nada mal que le hiciéramos el mejor homenaje posible exigiendo que nuestros gobernantes, legisladores y futuros candidatos cumplan al menos mínimamente con estos requisitos.

Publicado en La República (página editorial) sábado 6 de diciembre 2008.

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