10 diciembre 2008

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

II. Nancy Fraser; Axel Honneth, ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate político-filosófico, Madrid, Morata, 2006.

Karina Thove

En el año 2006 se tradujo al español el debate entre Nancy Fraser y Axel Honneth, una serie de cuatro capítulos reunidos bajo la pregunta que le da el título al libro: ¿Redistribución o reconocimiento? Para quienes estén interesados en comprender el auge y las demandas de los movimientos sociales actuales, ambos autores ofrecen interpretaciones divergentes aunque sumamente enriquecedoras respecto al uso de estos mecanismos a la hora de pensar en criterios normativos de justicia social. Es en los dos primeros capítulos, medulares al debate, donde encontramos sus principales argumentos que comentaremos a continuación.
Previamente, no obstante, es necesario hacer algunas precisiones. Las tradiciones diferentes a las que pertenecen cada uno de estos autores –liberal norteamericana en Fraser, ética discursiva alemana en Honneth- se aprecian en forma notoria a través del libro. De todas formas, no hay que exagerar, ambos tienen puntos en común y se reivindican como constructores de una teoría social crítica que tiene mucho que aportar a las sociedades contemporáneas, tan necesitadas de proyectos alternativos que desenmascaren las inequidades persistentes y canalicen las reivindicaciones provenientes de la sociedad civil en todas sus variantes.
Los criterios normativos no son iguales y eso le da a cada propuesta teórica líneas argumentales con recorridos bien distintos que colocan la carga de la prueba en terrenos bien diferentes. La armazón teórica más solidamente construida está en Honneth, preocupado por fundamentar un ethos que opere como trasfondo en las sociedades liberales occidentales, con el acento puesto en el terreno de la moral, el lugar donde las personas experimentan, en primera instancia, la falta de reconocimiento, la injusticia. Deudor de una tradición hegeliana notoria, puede llamarnos la atención como maneja una idea de progreso y desarrollo social de la que hace depender su modelo de reconocimiento a la luz del orden capitalista vigente.
Fraser, más pragmática, ofrece una lectura del contexto socio-cultural norteamericano muy atractivo, sacando conclusiones refrescantes sobre cómo se procesan públicamente los conflictos y las demandas colectivas en su país. La solución que presenta, con algunos problemas de fundamentación, es el enfoque bidimensional –la economía y la cultura son los paradigmas dominantes desde los cuales se manejan los conflictos sociales en occidente- y postula la paridad participativa como criterio de justicia social. El compromiso feminista de la autora revitaliza la perspectiva de género en las sociedades multiculturales de hoy, donde las mujeres buscan el reconocimiento desde tantas direcciones como las minorías sexuales, los ecologistas, los grupos étnicos, los migrantes, los trabajadores, en un largo etcétera que complejiza aun más la construcción de un universal que de cuenta, de forma inclusiva, de la diversidad humana y que, a la vez, huya de todo esencialismo.
El carácter emancipatorio de ambas perspectivas, no debemos olvidarlo, ubica a ambos autores en el terreno de la revalorización y revitalización del proyecto ilustrado, con todas sus consecuencias.

Nancy Fraser: Bidimensionalidad y paridad participativa

La norteamericana inicia el debate con el primer capítulo del libro: La justicia social en la era de la política de la identidad: Redistribución, reconocimiento y participación. Ofrece un lúcido análisis de la complejidad y relevancia que han adquirido las “políticas de identidad” en las luchas sociales del presente; fundamenta su propuesta tomando como hilo conductor un proyecto emancipatorio acotado, menos ambicioso que los antiguos metarrelatos de museo deudores de la tradición marxista.
Antes que nada, Fraser insiste en una concepción bidimensional de la justicia, presentada en una obra anterior[2], con la que pretende abordar y superar el dilema, redistribución/reconocimiento que a su juicio opera en las demandas de justicia social contemporánea. El paradigma redistributivo, focalizado en solucionar las injusticias socioeconómicas del sistema, si bien mantiene su vigencia y ha motivado una amplia variedad de búsqueda de soluciones -los bienes primarios en Rawls, la igualdad de recursos en Dworkin, por ejemplo[3]-, ha perdido terreno frente al cada vez más potente paradigma del reconocimiento, centrado en las injusticias culturales enraizadas en patrones sociales de representación, interpretación y comunicación que no dan cuenta de la multiplicidad de grupos y sujetos sociales que habitan las sociedades de hoy. Si bien pueden existir soluciones que se aborden desde uno u otro enfoque – bastará un criterio de redistribución para bajar la carga impositiva en los sectores sociales menos favorecidos; alcanza con reconocer la unión de homosexuales como legítima para que un porcentaje de la población, desde su especificidad, se sienta con los mismos derechos que los concubinos heterosexuales-, es necesario tomar en cuenta la bidimensionalidad presente en todos los grupos identificables para que la justicia sea efectiva.
La autora recurre al género para fundamentar el carácter bidimensional de toda diferenciación social. No cabe duda que el género opera como un principio estructurador en la economía capitalista. Tanto la división entre el trabajo remunerado y el no remunerado como la brecha salarial por trabajo de igual valor que sigue dándose en el mercado laboral por razones de género, exigen la intervención del paradigma redistributivo. Pero esa es sólo un aspecto porque el género también codifica patrones culturales como el androcentrismo o el sexismo que privilegia los rasgos asociados con la masculinidad, al mismo tiempo que devalúa todo lo codificado como “femenino”; esto sin duda repercute y se ve en la propia división del trabajo que valoriza/desvaloriza de acuerdo a esos códigos. En consecuencia, las mujeres sufren formas específicas de subordinación como las agresiones sexuales y la violencia doméstica de reciente penalización en nuestros sistemas legales, o sea, de reciente reconocimiento como figura delictiva. Se trata de injusticias de reconocimiento que no pueden superarse mediante la redistribución y que requieren de mecanismos diferentes de atención para solucionarlas. Tanto la mala distribución como el reconocimiento erróneo están presentes en el género por lo que su bidimensionalidad queda demostrada. Bidimensionalidad que es primaria y cooriginal porque constituyen y estructuran al género en todas sus dimensiones; podemos discutir en cada caso, en cada situación, si un aspecto es más relevante que el otro pero no son excluyentes.
Ahora, ¿es esto una excepción? ¿No sucede acaso lo mismo con las injusticias raciales y étnicas? Los inmigrantes y las minorías étnicas sufren las más altas tasas de desempleo y pobreza, así como se ocupan mayoritariamente en empleos serviles y mal remunerados. Los patrones eurocéntricos que dan más valor a la piel blanca que a la negra, contribuyen a estigmatizar y devaluar a esta población: usando la terminología de Fraser, son dos dimensiones que se intersectan.
El abanico que va desde la clase social en su expresión más prototípica hasta la minoría sexual despreciada luchando por su reconocimiento, nos exige no perder de vista que ambas dimensiones se superponen y que sería un grave error adoptar una perspectiva unidimensional en términos de justicia social. Esta preocupación es legítima porque a nivel popular los movimientos sociales tienden a ser dicotómicos: concentrados en sus demandas específicas “ven el árbol pero no siempre todo el bosque”.
Fraser se pregunta si el reconocimiento es una cuestión de justicia o de realización personal y toma partido por la esfera de la justicia. Poco importa la autoconciencia del oprimido como tal si no se ubica ese reconocimiento erróneo en las relaciones sociales mismas y en los mecanismos institucionales que lo fomentan. Por eso, su acento está en la fuerza normativa que pretende darle a la idea de paridad participativa, aunque poco fundamentada en el cuerpo de la teoría. Como condición objetiva para garantizar la paridad en la participación, la distribución de los recursos materiales debe hacerse asegurando la voz y la independencia de todos los participantes y como condición intersubjetiva, que los patrones institucionalizados de valor cultural expresen el mismo respeto a todos los participantes y garanticen la igualdad de oportunidades para conseguir la estima social[4]. No explicita nunca cómo pueden identificarse esos sujetos carentes de voz a los que habría que incluir -si no tienen voz, ¿quién se las da? ¿no es imprescindible la autoidentificación para salir a hacer la demanda pública?- y reconoce que es problemática la desigualdad económica para hacer funcionar la paridad participativa.
Pone varios ejemplos; destaco, por su riqueza conceptual, la controversia francesa a propósito de la prohibición del uso del velo islámico en las escuelas estatales. ¿Es un tratamiento injusto hacia una minoría religiosa? Si no hay una prohibición análoga que impida llevar cruces cristianas a las escuelas, es claro que la norma niega la igualdad de categoría a los ciudadanos musulmanes. Pero, ¿qué significa el uso del velo; no es una práctica que simboliza la subordinación de la mujer en las comunidades musulmanas? Aunque su uso es discutido al interior del islamismo y es aconsejable que así sea, como estado laico, queda claro que Francia no puede prohibir su uso a menos que atente contra los derechos básicos garantizados para todos[5]. Esta prohibición demuestra intolerancia y, aun cuando al interior de las comunidades musulmanas sea obligatorio usar el velo y no se permita cuestionar su uso, un Estado no puede comportarse nunca como una comunidad.
Una teoría crítica que pretenda dar cuenta de las sociedades del siglo XXI, no puede pasar por alto la subordinación de estatus que no ha desaparecido, no por ser intrínseca u ontológica a las sociedades humanas sino por razones históricas, perpetuándose en el proceso de modernización mediante nuevas codificaciones sociales y culturales; a su vez, debe de ser muy cuidadosa de no promover un único patrón supremo de valor cultural como acusa a Honneth de hacer.
También dirige estas críticas sustantivas hacia autores conocidos dentro del multiculturalismo como Taylor o Kymlicka que, si bien no buscan ese pretendido patrón cultural regente, dan por supuesta la existencia de múltiples culturas homogéneas que coexisten internamente en una sociedad, diferenciándose sin problemas las características culturales de uno u otro grupo como si los procesos de hibridación nunca tuvieran lugar[6].
Aunque las grandes transformaciones económicas hayan pasado de moda -Fraser nos recuerda que ni los igualitaristas más radicales defienden una economía planificada y que hoy no es tan claro distinguir cuales serían las propiedades públicas claves a preservar frente a la liberalización del mercado- no es aconsejable abandonar la idea de una reestructuración económica. Una década de neoliberalismo, una globalización que tiende a engullirse al mundo acentuando las inequidades de todo tipo, una acumulación de la riqueza cada vez más concentrada en pocas manos, una legión de pobres que más que pobres son excluidos y que en los informes internacionales aparecen eufemísticamente en las estadísticas de personas que “viven” con un dólar por día, es un círculo para nada virtuoso del cual hay que hacerse cargo.
Pero la estrategia afirmativa también plantea sus inconvenientes. La crítica que le hace a los multiculturalistas es de recibo: al valorar la identidad de grupo se niega la complejidad de esas vidas y la multiplicidad de identificaciones e influencias cruzadas de sus diversas afiliaciones. Al no apreciar lo que sucede intragrupalmente también se ignoran las luchas internas por cuotas de poder y autoritarismos varios que terminan convirtiendo a la estrategia afirmativa en un reconocimiento erróneo separatista y de comunitarismo represivo. El camino de la deconstrucción que adoptan autoras como Judith Butler o Iris Marion Young tampoco aporta una alternativa para Fraser.
Su salida es adoptar una estrategia transformativa que daría más aire a este tipo de problemas favoreciendo la interacción a través de las diferencias. En una mala distribución, los enfoques transformativos promueven la solidaridad porque no se identifica a las personas como destinatarias de un favor especial sino que todos nos reconocemos integrantes de una sociedad cooperante que busca resolver sus desigualdades económicas.
Claro que el enfoque transformativo, deseable y esperable en Fraser, es difícil de lograr en el fragor de la lucha porque quien está reclamando un reconocimiento justo, un salario digno, no reivindicará con la misma fuerza las transformaciones estructurales de fondo que se ven muy lejanas desde la experiencia directa de la acción colectiva.
Me importa destacar los peligros que ve en caer en una reificación desde las luchas por el reconocimiento, notando una clara exaltación de comunitarismos poco tolerantes. Estos son tiempos de “comunicación en tiempo real” donde los fundamentalismos resurgen con fuerza. Lo mismo podemos firmar para que no se lapide a una mujer en África por internet y sentir que actuamos con justicia para impedirlo, como asistir “en vivo” a la invasión de tropas norteamericanas a un país, sin que importe mucho el grado de veracidad del show y que no nos conmueva en un sentido antropológico profundo la muerte de los otros que aparecen en pantalla, como si tan solo fueran versiones mejoradas del play station que nos entretiene desde nuestra solitaria interacción con la máquina.

Axel Honneth: Tres esferas de reconocimiento

Si bien ambos autores se proclaman herederos de la teoría crítica impulsada por la Escuela de Frankfurt en el siglo XX, Honneth siente que está en mejores condiciones de reivindicar sus postulados teóricos, tanto por vivir en Alemania como por ser el actual director del Instituto de Investigación Social que en su momento fundara Max Horkheimer. La renovación de esta tan significativa tradición teórica, a juicio de Honneth, se daría con la incorporación de la dimensión cotidiana del sufrimiento social y la injusticia moral a sus postulados y objetivos emancipatorios. “Redistribución como reconocimiento: Respuesta a Nancy Fraser”, es el segundo capítulo de este debate, donde Honneth reivindica su lugar y dirige tres críticas al modelo de bidimensionalidad ofrecido por Fraser.
La primera de ellas – considerada como la más relevante- es que la lectura del sufrimiento humano que recoge Fraser en “los nuevos movimientos sociales” solo está centrada en aquellas expresiones de descontento social que logran un reconocimiento público. Estar en la agenda, en el tapete de los medios hace que esa lucha por el reconocimiento exista, cobre vida y legitimidad, pero ¿es este todo el reconocimiento en el que debe basarse una teoría social que pretenda dar cuenta del universo social entero? Diversas experiencias cotidianas de sufrimiento moral e injusticia son vivenciadas por la gente todos los días sin que tengan un reconocimiento público. Basta pensar en los hogares monoparetales con jefatura femenina vinculados a la pobreza en todas sus variantes (decorosa o extrema), los hurgadores, los eternos desempleados que hace mucho tiempo que no logran un empleo formal y que quizás ya perdieron toda esperanza de encontrarlo, los sin techo, los niños de la calle, etc.
La segunda crítica apunta a una consideración desmedida de los conflictos sociales basados en la diferencia cultural cuya proliferación haría imposible alcanzar acuerdos normativos. Muchos de esos grupos, recuerda Honneth, tratan de afirmar su identidad excluyendo agresivamente a los demás como los nuevos fundamentalismos, la derecha religiosa, los cabeza rapada alemanes o algunos movimientos islámicos también presentes en Europa. Fraser, para eliminarlos de su lista, tiene que afirmar que sólo importan los que no atentan los derechos básicos aunque no podría precisar cuál es el límite.
Además de no tener en cuenta las múltiples luchas sociales que se libran a la sombra de la esfera pública y completamente desamparados de ella, la acusa de postular al feminismo, los movimientos antirracistas y las minorías sexuales como los protagonistas principales del conflicto social, en un escenario mundial mucho más diverso que el norteamericano o primermundista.
Un tercer aspecto, tiene que ver con una interpretación histórica equivocada de las demandas que los clásicos movimientos sociales realizaron en los últimos dos siglos. No sólo buscaban la igualdad jurídica sino que también buscaban el reconocimiento porque los sujetos siempre esperan ser reconocidos en sus reivindicaciones de identidad.
No le parece adecuado describir que, en un primer momento la lucha estaba motivada por el interés –una interpretación que desde el marxismo supuso adjudicarle a la clase obrera un teleologismo utilitarista- y luego el giro se produce hacia las demandas de identidad. El descontento moral ya estaba presente en los trabajadores del siglo XIX, las mujeres recién emancipadas o la población negra estadounidense pos abolicionismo, por ejemplo. Su registro demuestra también que el descontento moral puede desencadenar o no en conflictos sociales.
El modelo de reconocimiento propuesto por Honneth tiene tres esferas o patrones intersubjetivos de desarrollo: amor, derecho y solidaridad[7]. La vinculación con la propuesta hegeliana de reconocimiento en los Fundamentos de la Filosofía del Derecho (familia, sociedad civil, Estado) es inmediatamente reconocible pero el autor se cuidará muy bien de actualizar y descartar algunas cosas que no sirven para explicar el orden capitalista de hoy. No se trata de una mera readaptación aunque las huellas de la presencia hegeliana se dejan sentir en el modelo en todo momento.
En la diferenciación institucional de las esferas de reconocimiento surgen mayores posibilidades de desarrollar la individualidad y la autonomía personal que se fortalece, de acuerdo a estas tres esferas, proporcionando autoconfianza, autorrespeto y autoestima. Pero no es menos cierto que para que esa singularidad emerja positivamente necesita del reconocimiento recíproco de los otros.
Lo que motiva a la lucha social es la convicción moral de que los principios de reconocimiento que se consideran legítimos y consensuados en una sociedad en la cual cada uno de los sujetos o grupos se sienten parte, no se están aplicando correctamente o es necesario cambiarlos para vivir plenamente esa inclusión, esa pertenencia. Por eso la oposición entre conflictos económicos o conflictos culturales no tiene sentido para Honneth y aquí el desacuerdo es total.
Tanto las “viejas” luchas por la redistribución como las “nuevas” luchas por la identidad, están ancladas en el registro de un profundo sentimiento de injusticia que experimenta el o los individuos. Motivado moralmente, demanda, actúa, llega al escenario de la lucha social cuando tiene la convicción de que hacerlo vale la pena.
La tesis fuerte de Honneth es que “la gramática moral de los conflictos que se están desarrollando ahora en torno a las cuestiones de la política de identidad en los estados democráticos liberales está determinada esencialmente por el principio de reconocimiento de la igualdad jurídica”[8]. No necesitamos ninguna otra herramienta conceptual.
El desarrollo social queda ligado al progreso moral, ya que una demanda que se satisface provoca un incremento en términos de la calidad de la integración social que se alcanza y también amplía los horizontes de validez para esa sociedad. Se postula una fuerte orientación normativa: tanto la ética política como la moral social se desarrollan –progresan- a través de las tres formas de reconocimiento, con las expectativas legítimas que trae cada sujeto/miembro a ser cumplida.
El paradigma intersubjetivo y la asunción del otro generalizado, es el terreno constante en el que se maneja Honneth. Por eso reprocha tanto a Fraser, proveniente de una tradición tan diferente a la raigambre hegeliana de la ética discursiva, que parta de la autonomía individual para pasar de inmediato a la participación social sin mediaciones.
La justicia es realizable a partir del análisis de las condiciones históricas de la formación de la identidad personal en que se asienta el modelo de las tres formas de reconocimiento que hacen posible una identidad intacta. Si esto no puede ser garantizado plenamente en cada una de las esferas, (la falta de amor y cuidados, la falta de justicia y respeto, la falta de estima) se forman personalidades menospreciadas, que experimentan fuertes sentimientos de dolor, humillación, deshonra, formas de resentimiento personal que ya encontramos estudiadas en la obra de Hegel cuando investiga las motivaciones para delinquir y que Honneth también analiza en base a estudios más contemporáneos[9].
¿En qué sentido sería posible un progreso, una evolución moral, social y política para Honneth? ¿cuál sería la dirección que tomarían las luchas del reconocimiento en el capitalismo del siglo XXI? Básicamente, en dos terrenos, por un lado, en un mayor proceso de individualización y por otro, en una mayor inclusión. Dicho en sus propias palabras: “o bien se abren al reconocimiento mutuo nuevas partes de la personalidad, de manera que aumente el grado de individualidad socialmente confirmada; o se incluyen más personas en las relaciones de reconocimiento existentes, de manera que aumente el círculo de sujetos que se reconozcan”.[10]
Honneth interpreta que esto ya está sucediendo, dado que todos los planteos y acciones que se realizan para eliminar los estereotipos de género, los roles jugados por los integrantes de las familias de acuerdo a patrones culturales que demandas ser cambiados, suceden en la esfera del amor. El cuestionamiento a la familia tradicional, al matrimonio burgués, la apertura a nuevos modelos que, entre otras cosas, den una mayor autodeterminación a las mujeres y un protagonismo masculino en la esfera doméstica que no sea definido en términos de dominación, sólo podrán garantizarse con instrumentos legales. De todas formas, en la expansión de los derechos individuales no puede perderse de vista que los sujetos necesitan también que se contemplen sus necesidades específicas y sus capacidades particulares.

Un debate abierto

Las luchas por el reconocimiento en el terreno político siempre van a desembocar en lo legal, en una intervención decidida de los poderes públicos para dar respuestas a esas demandas. Ninguna reivindicación llega a un parlamento y se procesa en él, hasta desembocar en nuevas leyes o modificaciones de las actuales, si no hay una sociedad civil comprometida en ese proceso y en esto Fraser no se equivoca.
Ahora, la fuerza progresiva de esas demandas que logran ser procesadas y canalizadas en el reconocimiento jurídico, no evitan que sigan existiendo dimensiones de sufrimiento personal, un nivel de autocomprensión al que no llega el imperio de la ley. Aquí la mirada prepolítica se vuelve indispensable, ese primer estadio de reconocimiento que Honneth propone y que hace a la cotidianeidad desde la cual los sujetos viven situaciones injustas sin tener las herramientas adecuadas para luchar por su erradicación.
Las democracias liberales necesitan trabajar mucho para construir ciudadanías que se identifiquen con la respublica a la que pertenecen superando tanto la visión clásica del liberalismo como la del republicanismo. Y este problema de identidad, mal que le pese a Fraser, necesita de un trasfondo ético-político, un reconocimiento común.
No caer en esencialismos es un terreno resbaladizo para los movimientos sociales y ambos autores lo ven aunque Honneth cree mucho menos en esa proclamada culturalización de la lucha social. Pero si es cierto que el individuo tiene zonas oscuras que escapan incluso a su autocomprensión, la línea que recorre la psiquis develada frente a los múltiples espejos del reconocimiento recíproco, debería conducir hacia ciudadanos informados, comprometidos y libres que fortalezcan la democracia, menos progresiva de lo que sueña Honneth pero entendida como un proceso abierto, en permanente revisión y construcción.
El debate invita a pensar, más allá de sus autores y sus propuestas teóricas, cómo procesaríamos el falso dilema redistribución/reconocimiento al calor de las luchas sociales de esta región del planeta, con desigualdades más pronunciadas –fundamentalmente, porque la redistribución ha brillado por su ausencia como política pública en las décadas posteriores a la recuperación democrática- y donde “las políticas de identidad” no han merecido una discusión pública tan relevante como en la realidad de la filosofía política europea y norteamericana.


[2] Nancy Fraser, Iustitia Interrupta, Reflexiones críticas desde la posición “postsocialista”, Colombia, Siglo del Hombre Editores, 1997. En particular, el primer capítulo de ese libro.
[3] Me remito, simplemente, a las propuestas que han surgido desde el liberalismo igualitarista, como respuesta a la ofensiva neoliberal ampliamente triunfante en el mundo de los ´90 y de ese escenario “postsocialista” que permanentemente alude Fraser donde se ha dejado al reino de las utopías bastante huérfano de sus antiguos padres marxistas.
[4] Fraser, Honneth, op.cit., p.42.
[5] Como es el caso de la práctica de la mutilación genital que claramente niega la paridad del placer sexual y de salud a las mujeres afectadas.
[6] Los canadienses Charles Taylor y Will Kymlicka han argumentado a favor de políticas de identidad en defensa de las minorías de su país como el Canadá francés y las comunidades indígenas. Puede verse en: Taylor, Charles, Argumentos Filosóficos, Barcelona, Paidós, 1997; Kymlicka, Will, Ciudadanía multicultural. Una teoría liberal de los derechos de las minorías, Paidós, Barcelona, 1996.
[7] Honneth presenta en extenso su modelo en: Honneth, Axel, La lucha por el reconocimiento: por una gramática moral de los conflictos sociales, Barcelona, Crítica, 1997. En especial, el capítulo 5.
[8] Fraser, Honneth, op.cit., p.133.
[9] Honneth, Axel., op. cit. Capítulo 6: Identidad personal y menosprecio: violación, desposesión y deshonra, pp.160-169.
[10] Fraser, Honneth, op.cit., p.145.
Publicado en Revista Encuentros Latinoamericanos, Sección Estudios de Género del Centro de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos (CEIL), FHCE, año 2, nro.2, marzo 2008.

VIRTUDES Y VICIOS EN LA ARGUMENTACIÓN POLÍTICA

Gustavo Pereira

En una de sus muchas dimensiones, la política supone que los actores sean capaces de presentar sus ideas públicamente y defenderlas con razones que todos podrían llegar a aceptar. A partir de esto la discusión pública puede fortalecerse o debilitarse a partir de cómo se presenten esas razones, pudiéndose incluso en algunos casos llegar a hablarse de virtudes y vicios cívicos. Dos ejemplos de destacados políticos de izquierda ilustran los vicios de este ejercicio y también la “vitalidad” de la democracia uruguaya.
El primer caso es el del senador Mujica, quien en plena discusión de la Rendición de Cuentas cuestionó la asignación presupuestal que se le estaba haciendo a la Educación porque de esa forma se hipotecaba la posibilidad de mejorar la situación de la policía. Esto podría haber sido solamente una manifestación de ajuste en la política de asignación de recursos y nada más, si el senador Mujica no hubiese respondido, a los dos minutos de hacer esta afirmación, sobre la necesidad de invertir en innovación y cómo a través de ésta se encontraba el futuro del desarrollo del país. Parece ser que para Mujica no era posible proyectar las consecuencias de su primera afirmación, es decir, si no hay suficiente inversión en el presupuesto universitario no queda muy claro de dónde saldrá esa innovación a la que apela, siendo la Universidad de la República la institución por lejos más importante del país que promueve esto.
Un segundo caso es el del senador Fernández Huidobro, quien hace unos días afirmó que ante la actual situación de criminalidad “no hay más remedio que armarse”; a las pocas horas de hacer tal afirmación sostuvo escandalizado en un canal de televisión que en los incidentes en la cancha de Danubio había habido heridos de bala. Al igual que en el caso de Mujica, parece que Fernández Huidobro no es capaz de proyectar su primera afirmación y contrastarla con la segunda, porque si todos estuviésemos armados como él sugiere, los heridos de bala que menciona serían muchísimos y habría sin duda varias muertes.
Si bien me preocupan, la posición de Mujica con respecto a la Universidad y la investigación e innovación, y la posición de Fernández Huidobro sobre el derecho de los ciudadanos a armarse no son el centro de lo que quiero tocar. Lo que sí me alarma es algo aparentemente más trivial, y es la forma en que se razona públicamente. Hemos visto que ni bien se proyectan las consecuencias de la primera afirmación, la misma resulta insostenible o difícilmente defendible. Creo que esta paupérrima forma de ofrecer razones para respaldar posiciones es una de las peores consecuencias que tiene el creciente y constante debilitamiento del debate público; parece ser que a nadie le importa mucho el ser claro, coherente o consistente. Por el contrario, lo que tenemos es un fárrago de falacias, de analogías arbitrarias, de advertencias infundadas que no hacen más que convertir lo que en algún momento pudo haber sido una discusión y una deliberación pública virtuosa en una charla de boliche. Es más, algunas claras virtudes de la argumentación, como el reconocimiento de la propia falibilidad, difícilmente logran estabilizarse en un justo medio y terminan bastardeándose por defecto o por exceso. La tan mentada y autoelogiada “marcha atrás” es una virtud siempre que, como nos enseñaba Aristóteles, la ejerzamos en su justo medio. Pero, para seguir con la metáfora, si nuestro vehículo una vez que avanza pone marcha atrás, cualquiera que nos vea conducir pensará que somos unos torpes automovilistas.
Los ciudadanos estamos en nuestro derecho de exigir que nuestros gobernantes discutan y debatan de otra forma. Podemos exigirlo porque lo que hacen usualmente es un insulto a nuestra inteligencia y hasta a nuestra sensibilidad. Este año, el día del patrimonio estuvo dedicado a Vaz Ferreira, quien tuvo como principal preocupación que la ciudadanía fuese capaz de argumentar correctamente porque en esto identificaba una condición esencial para la democracia. No estaría nada mal que le hiciéramos el mejor homenaje posible exigiendo que nuestros gobernantes, legisladores y futuros candidatos cumplan al menos mínimamente con estos requisitos.

Publicado en La República (página editorial) sábado 6 de diciembre 2008.

08 diciembre 2008

VISITA DE GIANNI VATTIMO AL URUGUAY

Fernanda Diab
Sin duda la filosofía debería tener más exponentes con las cualidades para la oratoria que tiene el filósofo italiano Gianni Vattimo, quien regresó a nuestro país después de nueve años, invitado por la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Como en aquella ocasión, convocó a un auditorio que colmó el Paraninfo de la Universidad de la República, lo escuchó atentamente y disfrutó de sus comentarios extrafilosóficos. Combina la filosofía con la política (formó parte del Parlamento europeo hasta el 2004), es de izquierda y se define como un católico desconforme y antipapal; rasgos que contribuyen a ganarse esa simpatía del público.

Su pensamiento es parte de la llamada filosofía posmodernista y es el creador de la tradición filosófica denominada pensiero debole (pensamiento débil). La década de los ochenta, en la que la mayoría de los teóricos ubican el fin de la modernidad, fue en la que produjo los títulos más importantes de esta temática. Se destacan: “El pensamiento débil” (1983), “El fin de la modernidad” (1985), “La sociedad transparente” (1989) y “Ética de la interpretación” (1989). Toda su obra está influida fuertemente por la filosofía de Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger.

La filosofía posmodernista surgió como una expresión de una época de crisis y cuestionamiento de los rasgos más típicamente modernos: la idea de progreso, el cientificismo, los proyectos colectivos, la concepción unitaria de la historia, la confianza en la razón. Vattimo se destacó por identificar el fin de estos rasgos modernos (algunos filósofos como Jürgen Habermas creen que es una acentuación de los mismos), con un proceso de emancipación de la humanidad, posición que aún mantiene. La liberación fundamental es con respecto a la “verdad fuerte”, los discursos unificadores o lo que Jean Francois Lyotard denominó “grandes relatos”. Estos discursos que pretenden ser una descripción acabada de la realidad, son de origen europeo y por ello su función se asocia al papel dominador de los países colonizadores. Es así que una de las hipótesis que presenta en La sociedad transparente con respecto al surgimiento de la posmodernidad no tiene que ver con un origen teórico sino con un acontecimiento histórico: los últimos procesos de descolonización del siglo XX. Las culturas emergentes revelan que el ideal europeo de hombre es un ideal entre otros. Así la multiplicación de concepciones del mundo se convierte en uno de los rasgos típicos de esta época posmoderna.

El “pensamiento débil” surge de la aceptación de la pluralidad de interpretaciones de la realidad. Ya no se puede hablar de La Verdad, lo único que tenemos son diversas interpretaciones histórica y culturalmente condicionadas. Son “verdades débiles”, lo cual, desde esta concepción, no es un atributo negativo sino positivo. En este tema se centró la conferencia de Vattimo que se tituló: “Del pensamiento débil al pensamiento de los débiles”. Esta corriente filosófica se levanta contra toda visión hegemónica del mundo y rescata el nihilismo nietzscheano no como el advenimiento de un sin sentido absoluto sino como la actitud de no creer que nuestras creencias son únicas o las mejores. Sostuvo Vattimo que el pensamiento débil, junto con Nietzsche y Heidegger, ve al nihilismo como un progreso, no como pérdida. Afirmó: Veo a la tradición occidental como tradición del ocaso progresivo de la verdad. Se trata del debilitamiento del objetivismo (la verdad se encuentra en los objetos), lo cual libera al hombre de la imposición de verdades. No hay valores absolutos, la única posibilidad es ponernos de acuerdo con el que tenemos al lado. Sólo con respecto a este último punto -relacionado con el diálogo y una posición crítica frente a la tendencia actual de defensa de la deliberación como elemento legitimador de la democracia- encontramos cierta novedad en el discurso del filósofo.

El diálogo con el otro también supone interpretación y desde la asunción del pensamiento débil hay que aplicar el “principio de caridad” (que vagamente comparó con el principio de Donald Davidson y Willard Quine) para escuchar al otro y hacer posible el entendimiento. Esta actitud caritativa que debemos tener frente a otros se basa en el reconocimiento de que la verdad no es algo dado que se nos enfrenta, sino que la verdad se acuerda, se decide frente a otros. Cuando me pongo de acuerdo, eso es la verdad y no cuando llego a la verdad me pongo de acuerdo. El carácter intersubjetivo de la verdad, es una noción que ya está ampliamente arraigado en la filosofía contemporánea, por lo que no encontramos aquí aporte alguno. A la vez quienes defienden desde el ámbito de la filosofía política la deliberación como criterio normativo para la evaluación de las instituciones democráticas, no son ciegos frente a las asimetrías en las que los dialogantes se encuentran, aunque no siempre los mecanismos que proponen para disminuirlas o eliminarlas son los adecuados. La relación que Vattimo hace entre pensamiento débil y democracia se centra en la idea de que la democracia necesita menos decisiones unilaterales y más diálogo, aunque cuestiona justamente las condiciones en que esto se produce. Define a la democracia moderna como una manera de aplicar el principio de amor al prójimo cristiano. Es una secularización de este principio. Para Vattimo parece ser este principio –muy curiosamente- el único de carácter universal en el que fundamentar la democracia y la moral. Afirmó: La única moral es el principio de caridad más las reglas de tránsito. Parece olvidar Vattimo los cuestionamientos a los que ha sido sometido este principio, comenzando por su iluminador Friedrich Nietzsche que postulaba el “amor al lejano”, hasta Sigmund Freud cuando fundamenta su imposibilidad en “El Malestar en la cultura”. Por otra parte debería explicar a quién se considera el prójimo, ya que con su “ética débil”, no parece ser posible fundamentarlo, y a juzgar por el estado de situación de la humanidad, no parece ser ésta una noción muy evidente.
Finalmente afirmó que los débiles son la única audiencia posible para el pensamiento débil, al cual considera un pensamiento revolucionario. Si, como sostenía Martin Heidegger, “ser” es estar abierto al futuro, y la esperanza en el futuro es propio de los débiles, entonces esta filosofía tiene un compromiso de clase.

05 noviembre 2008

ENTREVISTA A CARLOS PEREDA

ENTREVISTA
El camino de Vaz Ferreira

Con el filósofo uruguayo Carlos Pereda

Fernanda Diab


Le parece pretencioso definirse como continuador de Vaz Ferreira, pero lo cierto es que Carlos Pereda comparte varios de los intereses del pensador uruguayo a quien se está homenajeando por estos días. Residente en México desde hace tres décadas, Pereda ha vuelto a nuestro país para participar del seminario organizado por la Facultad de Humanidades (Udelar) y el Ministerio de Educación y Cultura con motivo de los cincuenta años de la muerte de Vaz Ferreira. Es autor de varios libros: Debates (1987), Conversar es humano (1991), Razón e incertidumbre (1994), Sueños de Vagabundos. Un ensayo sobre filosofía, moral y literatura (1998), Crítica de la razón arrogante (1998) y Los aprendizajes sobre el exilio; y de una gran cantidad de artículos . Además del tema convocante, conversamos con él sobre el valor de la argumentación en un sistema democrático, sobre su concepto de razón arrogante y sobre el papel de los filósofos de nuestro continente en el debate público.


-¿Cuál es la vigencia del pensamiento de Vaz Ferreira?
-Yo reformularía la pregunta así: ¿cómo podemos hacer vigente al pensamiento de Vaz Ferreira?. Ya Unamuno le dijo una vez a Vaz Ferreira “usted es un pensador que podría ser importante en cualquier parte; lo que le falta (hablando de Montevideo y los años 30) es el pedestal”. Pienso que hoy, a cincuenta años de su muerte, pasa lo mismo. Fuera del Uruguay es un desconocido. Pero extrañamente cada vez que alguien lo lee lo encuentra interesantísimo. Lo que sucede es que es muy difícil acceder a los libros de Vaz Ferreira. Porque la última edición del que es tal vez su libro más famoso, Lógica viva, es de los años 70 y es casi inencontrable. Para leerlo hay que ir a librerías de viejo en la ciudad de Montevideo; fuera de ahí, es muy complicado. Hablar de la vigencia de un pensamiento que no se encuentra en ninguna parte es muy difícil. Por otro lado creo que estos son buenos tiempos para leer a Vaz Ferreira, porque es un pensador de los matices. Aunque nunca hubiera sido un posmoderno, esto que los pensadores posmodernos han subrayado acerca de un cierto hartazgo de las ideologías fuertes, de las doctrinas demasiado abarcadoras, hace un lugar y un momento muy propicio para leer ese pensamiento lleno de “quizás”, “puede ser”, que nunca intenta decir algo sin ninguna restricción, sino que siempre que hace una afirmación al mismo tiempo introduce posibles objeciones.

-Aunque por esa misma razón a veces se lo acusaba de escéptico. ¿Cómo no pensar el escepticismo como única alternativa al dogmatismo?
-Podríamos decir que en las prácticas de pensar, escepticismo y dogmatismo son los dos polos de un largo continuo. Justamente, el pensamiento de Vaz Ferreira tiende a advertirnos de que no debemos pensar por el esquema todo o nada. Y dogmatismo / escepticismo es una alternativa que se produce a partir del esquema todo o nada. Pero si los ponemos como dos polos de un largo continuo, entonces Vaz Ferreira, como muchos pensadores, se encuentra a la mitad o en algún lugar de ese amplio continuo. Un pensador infinitamente más famoso y quizá, más importante, Wittgenstein (el segundo Wittgenstein, el de las Investigaciones filosóficas) también puede ser considerado como al borde del escepticismo. Siempre es difícil darse cuenta qué es lo que afirma rotundamente, pero a veces eso es tan importante como las afirmaciones rotundas: enseñarnos que frente a la mayoría de las afirmaciones para que sean verdaderas tenemos que producirles restricciones, tenemos que hacerles matices, que introducirles palabras como “quizás”.

-En ese sentido, ¿podría haber una vigencia de Vaz Ferreira en relación con las teorías actuales sobre la democracia? ¿Cuál sería la relación entre argumentación, democracia, y esa búsqueda de matices?
-Creo que en Vaz Ferreira hay siempre una subordinación valorativa de las teorías, las doctrinas, los pensamientos, a la práctica de argumentar que los produce. Es decir, para Vaz Ferreira es más importante enseñarnos a argumentar o a pensar que enseñarnos determinados pensamientos. Esa subordinación puede tener dos dimensiones básicas. Por un lado, en teoría del conocimiento: es la analogía con el proverbio que dice que si uno regala un pez da comida para un día mientras que si uno enseña a pescar da comida para toda la vida. Es lo mismo con el pensamiento: si uno da una doctrina o determinados pensamientos, da alimento para un día, en cambio enseñar a argumentar, a pensar, da alimento para siempre. Pero hay también una lección más profunda, moral y política, porque de alguna manera las prácticas de argumentar son las que convierten a estos animalitos humanos que somos en personas. Es dando un paso atrás en nuestros deseos, creencias, emociones, y viendo si están justificadas o no, que nos convertimos en personas. Así, las prácticas de argumentar tienen valor en sí mismas. Esto en relación con el valor moral de la argumentación; pero también tiene un valor político, porque las argumentaciones pueden ser instrumentales, pero también pueden ser co-constitutivas de un régimen. Y la democracia es por excelencia aquel régimen que se constituye con las prácticas de argumentar, donde las prácticas de dar y de darse razones no son simplemente maneras de justificar decisiones ya tomadas, sino maneras de respaldar cuáles decisiones hay que tomar. En ese sentido hay una lección política en Vaz Ferreira, pero además la hay en otro sentido. Hay un apéndice a Moral para intelectuales donde se habla de dos modos de creer y ser partidario. Él dice que hay un modo de ser partidario de algo y que eso es la panacea universal, y no puede uno hacerle la más mínima crítica; y hay otro modo que incluye las posibles críticas, donde uno puede ser partidario muy fervoroso de algo y reconocer que no va a solucionar todos los problemas. Uno de los ejemplos que da es la racionalidad, y otro es la democracia. Para él, la democracia es mejor que aquellos regímenes que sustituye, pero no soluciona todos los problemas. Es una especie de error pensar en contra de Vaz Ferreira en este sentido, puesto que cuando se piensa que la democracia o la racionalidad es la clave para solucionar todos los problemas, tiende uno muy pronto a decepcionarse. Es obvio que la democracia no soluciona la pobreza ni hace que se escriban mejores cuartetos para piano ni mejores sonetos ni que se hagan mejores carreteras. Ayuda en una serie de cosas, y por eso tiene valor en sí misma, pero sobre otras cosas, tenemos que consultar a otro tipo de expertos.


-Usted emplea el concepto de razón arrogante. ¿Cómo se define?
-El mecanismo que pone en marcha lo que llamamos cotidianamente el vicio de la arrogancia, ocurre cuando no sólo uno se siente muy orgulloso o valora excesivamente los propios atributos, sino cuando uno se autoafirma despreciando a los demás, a lo que no está en continuidad con uno. No sólo hay una autoafirmación excesiva, sino que esa autoafirmación descansa en degradar a los demás. Si eso es el vicio de la arrogancia, podemos llamar razón arrogante a aquella razón que se envicia de tal manera que para autoafirmarse desprecia todo lo que no son sus contenidos.

-¿Cómo se relaciona ese concepto con otras investigaciones que usted ha hecho en el campo de la argumentación?
-Quizá argumentar sea justamente el antídoto más claro y definido en contra de la razón arrogante. Cuando uno argumenta, de alguna manera sale a la intemperie para que los otros lo puedan refutar; es estar dispuesto a que el otro te diga que no tienes razón. Por eso es un ámbito resbaladizo y peligroso. En la investigación científica a menudo se producen objeciones cooperadoras (para que la investigación siga en marcha), pero en el ámbito político las objeciones no suelen ser cooperadoras, sino radicalmente no cooperadoras; uno se tiene que defender de tal forma que uno escuche la objeción, pero de una manera que pocas veces lleva a que uno se de cuenta de que estaba en un error. En ese sentido, argumentación y razón arrogante pueden considerarse como dos opuestos.

-Ahora, ¿se trata de valorar la argumentación sin más o la argumentación en ciertas condiciones? ¿La argumentación no puede reproducir situaciones de ejercicio del poder o de dominación?
-Por supuesto. Sería magnífico que los constructos de Habermas sirvieran. El problema es que creo que son inútiles para distinguir en la práctica entre una argumentación que realmente nos lleva a algún lugar o una argumentación que es una mera racionalización de deseos, decisiones, pasiones, tomadas de antemano. Entre otros muchos, Freud nos enseñó que dar razones no pocas veces no es más que una manera de racionalizar deseos, emociones, creencias que a veces no queremos confesar a los otros o a nosotros mismos. ¿Cómo distinguir una argumentación genuina de una argumentación racionalizadora? La propuesta de Habermas tratando de dar ciertas condiciones ideales fue una manera de hacerlo, y se han dado otras, pero creo que todas esas construcciones nos pueden dar señales de alerta cuando vamos por el mal camino, cuando en algún lugar podemos enredarnos y resbalar a un puro vértigo argumental. Pero no son más que puras señales de alerta, no hay ningún método capaz de distinguir una argumentación genuina ni una argumentación meramente racionalizadora. ¿Qué podemos hacer si no hay método? Aquí es vigente de nuevo Vaz Ferreira: tenemos que ejercitarnos. Así como no hay un método para mantenerse en salud sino hacer ejercicio de vez en cuando, tener una buena alimentación, etcétera, de la misma manera se podría hablar de la argumentación saludable. Hay que ejercitarse, tener los ojos abiertos, ir adquiriendo ciertas astucias cuando la gente resbala en falacias, estar prevenido ante ciertos trucos retóricos, pero nada más. Hay un conjunto de ejercicios, pero no hay método; tampoco lo hay en la ciencia. Los constructos de Habermas o Hillary Putnam puden servirnos para estar advertidos por donde las cosas pueden ir mal, pero nada más.

-¿La razón arrogante es un problema interno de la filosofía o se da en otros ámbitos?
- Podría aplicarse a las relaciones entre distintas corrientes filosóficas, pero también hay una razón arrogante en la economía, y también en la vida cotidiana. Todos tendemos a autoafirmarnos despreciando a los demás. Pienso que es un fenómeno ubicuo. Descartes decía al comienzo de los tiempos modernos que el buen sentido era la cosa mejor repartida del mundo; tal vez hoy nos hayamos vuelto un poquito menos optimistas y digamos que la razón arrogante es la cosa mejor repartida del mundo. Y a nivel internacional, quizás sea un nuevo nombre para la palabra imperialismo.

- En el modo de hacer filosofía propuesto por Vaz lo vivencial tiene un peso fundamental. ¿Qué relación tiene esto con su obra recientemente premiada?
- En tres o cuatro ocasiones me habían invitado a hablar sobre literatura y filosofía tomando como foco literatura política y trabajé sobre poemas del exilio. Lo que percibí era que se podía vivir al exilio de manera muy distinta: como pérdida (el mundo entero se acaba porque la patria queda atrás), como resistencia (se toma distancia de lo que ha vivido y ello no impide que uno resista a ciertas formas de dominación) y como umbral o puerta hacia nuevas experiencias. Retomando esas charlas unos amigos me pidieron que escribiera algo sobre eso; lo hice porque estaba un poco enfermo y no quería trabajar con algo de filosofía que implicara consultar libros y discutir, sino escribirlo más en manera de ensayo. Trabajé con poemas del exilo de la República Española en muchos países de América Latina, y con el exilio de mucha gente del Cono Sur durante las dictaduras de los 60 y 70 en otros países de América Latina, como México. Traté de ver que en esos poemas, que tomo como “metatestimonios”, ya que no son historias de vida ni encuestas o entrevistas, sino testimonios muy armados. A esas tres maneras de vivir el exilo se agrega otra: no sólo el exilio produce ciertos tipos de vivencias, sino que se me ocurrió que podría usarse al exilio como método. Porque estar exiliado a mucha gente le resulta como una especie de suspender los valores recibidos. El último capítulo habla de que uno podría leer uno de los libros de moral más influyentes de Occidente, la Fundamentación de la metafísica de Kant, con una clave que le es absolutamente ajena, como si hubiera sido escrito por un exilado pensando sobre su condición.

-¿Con cuál tipo de exilio identifica al suyo?
-La vida nos lleva a tener todas las experiencias: pérdida, resistencia, umbral. Y todas son ambiguas, ya que encerrarse demasiado en la pérdida es como creer que la vida se ha terminado, encerrarse demasiado en la resistencia es no saber que a veces también es necesario hacer borrón y cuenta nueva, pero también la experiencia del umbral puede hacernos eliminar la historia, la memoria. Otra vez volvemos a Vaz Ferreira: quizá por las condiciones de la época que estaba viviendo, produjo una obra escrita en el umbral y por eso Juan Fló dijo en el seminario que Vaz Ferreira no sólo detestaba a la historia como disciplina, sino que su pensamiento es inmune a la historia. La experiencia del umbral también puede tener eso.

-¿Qué está investigando ahora?
-Estoy trabajando sobre algo que parecería cosa de locos en un continente como América Latina: la confianza. En general, parecería que todo, desde lo cotidiano a la política, fuera una invitación a desconfiar, pero estoy investigando sobre la relación entre confianza y desconfianza.

-¿Cómo ve la situación de la filosofía latinoamericana en relación a la producción de Norteamérica y Europa?
-Yo diría que está muy mal. Cuando uno va a un congreso de filosofía en América Latina uno ve una producción totalmente epigonal. La gente trabaja temas y no problemas; en ese sentido le comentaba a unos amigos que es muy extraño, porque el gesto desde el cual está escrito la obra de Vaz Ferreira es raro en América Latina, y es “yo estoy en el centro del mundo”, “yo digo esto y discuto de vez en cuando con William James, con Bergson”, pero con él nunca se tiene la sensación de que Montevideo es un lugar menos propicio para el pensamiento que París o Boston. Ese gesto lo hemos perdido y en realidad cualquiera de nosotros piensa que piensa desde la periferia, no desde el centro. Quizá una de las lecciones más interesantes de leer a Vaz sea pensar que en cualquier parte uno está en el centro y que depende de qué es lo que uno piense.

-Pensando en el lugar que tenía Vaz Ferreira en los debates públicos, ¿qué ha pasado con el lugar del filósofo en Latinoamérica?
-No es necesario hacer muchas investigaciones sociológicas para afirmar que claramente se ha perdido. Creo que otras figuras tuvieron un papel en otros países latinoamericanos análogos al de Vaz Ferreira, como Vasconcellos en México, que es más un escritor que un filósofo. Creo que la influencia en la opinión pública la han tenido más algunos escritores que los filósofos. Es innegable la influencia de Octavio Paz o Vargas Llosa...

-¿Es responsabilidad del filósofo?
-Por supuesto. Sin duda hay algunos problemas que no se pueden formular fuera de una tradición, de ciertos conceptos, con ciertas técnicas muy difíciles de entender por los no especializados. Pero cuando uno lee esos libros sobre filosofía política o teoría de la democracia.... está muy bien que tomen la disputa con Rawls o Habermas, pero de pronto uno tiene la sensación de que quien escribe eso no tiene un problema real que se vincule al lugar donde está viviendo. Es obvio que Rawls hace una construcción muy complicada, pero que tiene que ver con la sociedad donde vive. La idea de que hay muchas concepciones del bien es de una sociedad profundamente multicultural, como la norteamericana actual, y por lo tanto una teoría de la democracia tiene que situarse por encima o por debajo o más allá de esas concepciones del bien y ser un poco neutral a esas concepciones del bien. Y pienso que alguien que trabaje sobre teorías de la democracia en estos países no puede evitar plantear el problema de la desigualdad o la pobreza, entre otros problemas.


Recuadro:
Presentación
Los aprendizajes sobre el exilio será presentado hoy a las 19.00 en la Embajada de México (25 de Mayo 512) por Roger Mirza, Andrea Díaz y Yamandú acosta. El libro le valió a Pereda el V Premio Internacinal de Ensayo convocado por la Universidad Nacional Autónoma de México, el Colegio de Sinaola y la editorial Siglo XXI.
Publicado en La Diaria

COMENTARIO LIBRO GUSTAVO PEREIRA

Pereira Gustavo, ¿Condenados a la desigualdad extrema? Un programa de justicia distributiva para conjurar un destino de Morlocks y Eloi.

Fernanda Diab

La propuesta teórica de Rawls prevé la distribución de bienes para compensar a los que se encuentran en una situación desaventajada. Pero no es sensible a algunos factores que de no tomarse en cuenta pueden provocar que la distribución igualitaria de bienes reproduzca o genere aún mayor desigualdad. No todos los sujetos tienen las mismas capacidades, para aprovechar los bienes, para el desarrollo pleno de su proyecto de vida. Ni todos son igualmente autónomos a la hora de elegir este último. Estas y otras limitaciones de la teoría de justicia distributiva de Rawls, son planteadas en este libro, en el cual el Dr. en filosofía Pereira* desarrolla su propia propuesta de justicia distributiva. La alternativa que se propone introduce la importancia del comportamiento personal para la construcción de una sociedad justa, aspecto que las propuestas liberales desestiman en nombre de la libertad individual. Sensibilidad frente al fenómeno de las preferencias adaptativas y de cosificación (como el consumismo) también son rasgos relevantes de esta propuesta. Bajo estas circunstancias los sujetos no son plenamente autónomos y por lo tanto sus decisiones no pueden asumirse como absolutamente responsables. Una distribución equitativa de bienes sólo garantiza igualdad si previamente se realiza una igualación en capacidades mínimas necesarias para una plena autonomía. Las teorías de Dworkin, Sen y Habermas contribuyen al marco teórico de esta obra. ¿Qué distribuir?, ¿cómo distribuirlo?, y ¿a quiénes?, son preguntas claves. Este libro – el tercero del autor - aporta un análisis profundo de las teorías de justicia distributiva más influyentes en la actualidad; como elementos para desentrañar aspectos cruciales del fenómeno de la pobreza, necesarios a la hora de elaborar políticas públicas para su erradicación o cotidianamente, al establecer juicios de valor.


Publicado en La Diaria

10 octubre 2008

PROGRAMACION TELEVISIVA PARA UNA DEMOCRACIA FUERTE

Gustavo Pereira

Seguramente podemos alcanzar un fuerte consenso en que las sociedades democráticas son más sólidas cuanto más sólida sea su ciudadanía, y que a su vez esta ciudadanía requiere para su pleno ejercicio tanto de valores como de capacidades individuales. Así se conjugan en la imagen de un buen ciudadano los valores de la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto y también las capacidades que permiten que esos valores se ejerzan y tengan una incidencia pública, por lo tanto también será necesario que los ciudadanos sean capaces de deliberar, de procesar información, de ponderar alternativas y establecer prioridades. Las democracias deben asegurar esta condición, y para ello el acceso a la información y a la cultura son primordiales, muy especialmente en los sectores más vulnerables de la sociedad donde el acceso a medios como el cine, el teatro o la televisión por cable está vedado, siendo en consecuencia la televisión abierta su fuente privilegiada de acceso a la cultura y la información. Esta situación tiende a reproducirse con menor intensidad en otros sectores sociales, lo que si bien disminuye la incidencia de la televisión, no la hace que sea menos relevante.
A partir de esta realidad y pensando en la formación de ciudadanos y las posibilidades reales que se tienen para ello, tal vez sería bueno que además de dotar de mayores recursos a la educación, de insistir en un mejor diseño de los programas de estudio y en promover la participación y la discusión, pensemos que la televisión tiene un rol a cumplir en esa tarea. Deberíamos en lugar de criticar la cada día más pobre programación de la televisión abierta preguntarnos si no es una responsabilidad del Estado tomar alguna iniciativa que incida en la misma.
En consonancia con lo que se decía al inicio, un Estado democrático tiene la responsabilidad de asegurar la fortaleza de la democracia a través de la promoción de los valores cívicos y de las capacidades correspondientes. Es por ello, que dado que la televisión juega o podría llegar a jugar un rol altamente significativo en esa tarea, se debería incidir en los criterios de programación de los canales de televisión abierta, ya que éstos usufructúan señales que son de todos y por lo tanto deberían comprometerse con esos valores que también son de todos: los valores de la ciudadanía.
Por supuesto que en un planteamiento de este tipo surge inmediatamente un riesgo de manipulación e instrumentalización de la televisión para fines políticos. No sería nada novedoso el vestirse con el traje del interés general y culminar realizando fines particulares, pero si existe un verdadero interés en promover una ciudadanía sólida, el temor ante este riesgo no debería paralizarnos sino que por el contrario debería estimularnos a buscar los mecanismos que pudiesen evitarlo. Casi siempre en estos casos la imposición es el peor camino y el diálogo el mejor, por lo que bien podría pensarse en una instancia en la que se discutiera este tipo de cuestiones en la que participaran todos los afectados, de tal manera que los intereses de todos se vean reflejados: el de los ciudadanos a través de sus representantes políticos, el de las empresas que tienen las señales, el de las empresas que avisan, y todos aquellos que puedan integrarse como forma de garantizar la representatividad de esta instancia. De esta forma se podría transformar la concepción del televidente-consumidor en la del televidente-ciudadano, que como tal tiene una dimensión de consumidor que es irreductible pero que también es capaz de albergar un espacio que se sitúa más allá del interés personal y se proyecta en el interés general.
¿Cómo podría hacerse esto? ¿En qué contenidos se piensa? Para responder estas preguntas es imprescindible tomar distancia de las interpretaciones dicotómicas que postulan como única alternativa al entretenimiento de pésima calidad que plaga nuestra televisión, a programas educativos o la alta cultura manifiesta por ejemplo, en la ópera. Si éste es el camino, la empresa está destinada al fracaso porque si sustituimos a Gran Hermano o Bailando por un sueño por la ópera Carmen o documentales, los televidentes se reducirían y las empresas televisivas se verían perjudicadas. Lo que debería asegurarse es que todos ganaran: que los televidentes pudieran tener una programación de mayor calidad y que las empresas mantuvieran estable su audiencia. Por lo tanto, para romper la dicotomía “culto-aburrido y entretenido-chabacano” habría que discutir sobre diferentes formas de entretenimiento, y en tal sentido distinguir entretenimiento de buena y mala calidad. Quienes acceden a más canales que los de la televisión abierta tienen esta opción de entretenimiento de mayor calidad, y reitero en que estoy refiriéndome a entretenimiento; por ejemplo, podemos encontrar series en las que se tematizan y estimulan los razonamientos morales universalistas, la reversibilidad de las posiciones, la formación de juicios imparciales a través de la narración de una muy buena historia. Las narraciones a lo largo de la historia han operado como un medio privilegiado para la educación ciudadana, desde Homero y la tragedia griega hasta Jane Austen; esa función social de la literatura es la que debería estimularse. Cuando pensamos en algunas series televisivas no estamos hablando de otra cosa que de narraciones que son capaces de provocar la empatía con los personajes y en consecuencia hacernos sentir y vivir experiencias a las que de otra forma no tendríamos acceso. La función social de las narraciones permiten trasmitir valores, ejercitarlos o rechazarlos a través de una asunción del rol del protagonista. Por supuesto que esto no agota la tarea de la formación de ciudadanos, pero no estaría nada mal que como sociedad reflexionáramos sobre los contenidos que tienen los medios que en definitiva nos pertenecen, no para imponer ningún punto de vista, sino para invitar a reflexionar y construir conjuntamente aquello que tenemos en común y de lo que somos responsables, esto es nuestra condición de ciudadanía. Seguramente todos querremos vivir en una sociedad en que la democracia y la ciudadanía sean fuertes, las razones para ello son muchas pero tal vez una de las más importantes es que de esa manera la manipulación e instrumentalización por parte de intereses particulares sería mucho más difícil de realizar.
Publicado en semanario Brecha, año 23, Nro 1146, pág.8.

07 octubre 2008

COMENTARIO SOBRE EL INDICE DE OPORTUNIDADES HUMANAS (BANCO MUNDIAL)

Igualdad de oportunidades e igualdad de capacidades

Gustavo Pereira


Recientemente en diversos medios de prensa de América Latina apareció una columna de Pamela Cox, vicepresidente del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, titulada “América Latina: nivelar las oportunidades y la esperanza” en la que presenta el índice de oportunidades humanas (IOH) elaborado por el Banco Mundial.
La intención de este enorme trabajo es identificar las circunstancias que se encuentran más allá del control de las personas y que deberían ser combatidas para establecer iguales oportunidades de tener una vida digna. Si bien la idea de combatir las circunstancias inmerecidas no es para nada novedosa, el Banco Mundial a través de este índice estaría dando un paso significativo en la aplicabilidad al brindar una importante herramienta para luchar contra la pobreza y la desigualdad. De acuerdo a lo que se desprende del artículo de Cox y del informe del BM del año 2006, Desarrollo y equidad, donde se realiza la fundamentación normativa más acabada de esta propuesta, la principal preocupación de esta igualdad de oportunidades es la de reestablecer un “punto de partida” equitativo para todos, y que una vez que éste se logre los esfuerzos personales y el talento hagan la diferencia. Las intenciones de identificar las circunstancias que inciden en la desigualdad y en la pobreza tales como educación, salud, ingreso, contextos sociales, etc., permitirían delinear mejores y más eficientes políticas públicas, que al garantizar el acceso redundarían en resultados más justos y equitativos. Un aspecto importante que se encuentra presente en las intenciones del BM es realizar no solamente una evaluación individual sino también grupal, ya que en muchos casos la exclusión del acceso a las oportunidades está mediada por la exclusión de colectivos.
El objetivo que late detrás de todos estos esfuerzos es garantizar que una persona pueda llevar adelante su plan vital, que pueda elegir dentro de un conjunto amplio de oportunidades aquello que considera valioso para su vida. Utilizando el marco normativo de A. Sen, puede decirse que para alcanzar tales objetivos el énfasis debería estar en las capacidades que le permiten a alguien lograr los fines que considera valiosos. Entre esas capacidades se encontrarían la capacidad de estar bien nutrido, de estar libre de enfermedades, de tomar parte en la vida de la comunidad o la de elegir y perseguir un cierto plan vital.
Sin embargo, a pesar de lo que se ha señalado, la idea de igualdad de oportunidades que presenta el BM no es lo suficientemente precisa como para asegurar aquello que es necesario para que garantizar una vida digna. La razón más importante para esto es que si bien la igualación de “punto de partida” es importante y contribuye a la equidad, no es suficiente porque a lo largo de la vida de las personas pueden reaparecer circunstancias que no estén bajo su control y que afecten severamente las posibilidades de llevar adelante su plan vital. Para utilizar una metáfora similar a la de Cox, podría decirse que sería el caso de un jugador de fútbol que sufre una lesión durante los primeros minutos del partido y debe jugar lo que resta de esa forma.
Tomemos un ejemplo posible no contemplado por la igualdad de oportunidades del BM. Pensemos en una persona que ha sido igualada en sus oportunidades iniciales. Al cabo de un período de tiempo el sector de la economía en el que se desempeña sufre un fuerte deterioro y como consecuencia de ello se empobrece. Esta es claramente una circunstancia no merecida, es decir, que está fuera de su control. Sus esfuerzos no le permiten salir rápidamente de esa situación porque su oficio o conocimiento laboral ya no es demandado; decide reconvertirse pero el período que eso lleva puede comprometer severamente sus posibilidades de reinsertarse. Algunas de las consecuencias que pueden darse en ese período en el que esta persona busca reinsertarse es que además de la pérdida de ingresos tenga una modificación en sus hábitos y aptitudes laborales. También es probable que registre una pérdida de la autoestima como resultado del abatimiento que produce el sentirse inútil e improductivo; esto también impacta en la armonía y la cohesión en el seno de la familia. Esta pendiente de consecuencias indeseadas que van desde la pérdida de ingresos al menoscabo de las bases de una vida de trabajo organizada son una grave privación que no es adecuadamente capturada por el concepto de igualdad de oportunidades del BM.
Esta limitación justificaría el traslado del foco de las oportunidades a las capacidades, debido a que la dignidad humana se vería expresada con mayor precisión a través de una igualdad de capacidades elementales que a través de una igualdad de oportunidades iniciales. El concepto de capacidades de Sen al identificar todo lo que es necesario para lograr una vida digna y que debe ser asegurado a lo largo de toda la vida de las personas, no solamente reconoce la necesidad de remover aquellas circunstancias que desde el inicio de la vida comprometen una vida de dignidad y libertad, sino también atender situaciones como la de nuestro caso, en la que una persona ve hipotecadas sus posibilidades de realizar un plan vital por circunstancias no contempladas por la igualdad de oportunidades e igualmente no merecidas. Las capacidades se traducen de mejor forma que las oportunidades en libertad real.
Por lo tanto, el garantizar una igualdad de oportunidades como la que pretende el BM es importante, pero insuficiente. Concentrándonos un poco más en la discusión normativa que el BM releva con cierta superficialidad, podría decirse que esta perspectiva de igualdad de oportunidades se encuentra subsumida por los programas igualitarios más destacados y que cuentan con un instrumental analítico-normativo bastante más afinado; esto puede verse en el caso de la justicia rawlsiana, en la igualdad de recursos de Dworkin o en la igualdad de capacidades de Sen.
En conclusión, esta propuesta en su aspecto estrictamente normativo es parte de lo que se considera como la discusión por la base de información; esto es, determinar cuál es el aspecto relevante para las personas que se toma en cuenta para realizar comparaciones interpersonales, es decir, para establecer quién se encuentra mejor y quién peor. Este espacio ha sido disputado por candidatos tales como la libertad negativa, el ingreso, las necesidades básicas o los recursos, entre otros. El criterio de elección de este espacio normativo radica en cuál de estos candidatos es capaz de producir una fundamentación y una aplicabilidad coincidente con lo que consideramos un tratamiento igualitario. Para orientar tal elección, el concepto de dignidad humana se presenta como aquello que debe ser garantizado, y la disputa consiste en cuál programa puede hacerlo de mejor forma. Desde la publicación de la Teoría de la justicia de Rawls en 1971, este ha sido un tema de intensa discusión teórico-normativa. La base de información propuesta por el BM no parece ser un competidor serio ante los pesos pesados de esta disputa, léase las capacidades de Sen, los bienes primarios de Rawls o los recursos de Dworkin.

06 octubre 2008

PROYECTO DE CUOTIFICACION POLÍTICA EN EL PARLAMENTO

2014 - 2015
POCAS NUECES
Luego de tres sesiones parlamentarias, con debates y negociaciones de por medio, el Senado aprobó por 28 votos en 30 el proyecto de ley que establece una cuotificación política por sexos definida en términos de mínimos: un tercio de la composición de las listas, esto es, dos hombres y una mujer, dos mujeres y un hombre cada tres candidatos. Si bien el proyecto incluye como novedad la cuotificación para las elecciones internas de los partidos políticos y para la integración de sus órganos de gobierno de aquí en más, a nivel de las elecciones nacionales y departamentales se aplicaría por única vez en los 2014 y 2015, respectivamente. A la siguiente legislatura le correspondería evaluar los resultados para definir su continuidad o no.
Karina Thove

El proyecto de ley de cuotas aprobado por el Senado se aleja bastante de lo que fue el original presentado el 8 de marzo de 2006 y es el octavo de su tipo que las escasas parlamentarias ­acompañadas por algunos políticos varones- vienen planteando sin éxito desde la recuperación democrática. Las dificultades para su negociación y tratamiento insumieron tres sesiones del Senado (14, 21 y 28 de mayo); ahora habrá que ver qué sucede en la Cámara de Representantes y qué tan ágil o dispuesto está ese cuerpo a votarlo, sobre todo teniendo en cuenta que llevó dos años que la iniciativa llegara al plenario del Senado.
Posiblemente no sea tan "papa caliente" como el proyecto de ley de defensa de la salud sexual y reproductiva, que también cuenta con media sanción del Senado desde octubre del año pasado, sin que diputados y diputadas se decidan a considerarlo. La amenaza del veto presidencial paraliza voluntades dentro de la izquierda y el resto del elenco político hace la plancha, como viene sucediendo en todas las legislaturas.
Curiosamente, en ambos proyectos en los que el corte de género se vuelve medular para su análisis, las argumentaciones de nuestros parlamentarios adquieren el mismo tono monocorde que comienza siempre por el mandato "natural" de la maternidad y los cuidados familiares como prioridad a asumir, casi en exclusiva, por las mujeres. En un caso, para recordar que ese rol está establecido "antes" de nuestro deseo personal de ser madres o no ­es tan "subversivo" legalizar el aborto porque implica "aceptar" una elección individual "independient e" del mandato-; en el otro, como norma que nos sigue legitimando en la órbita privada, muy por encima de las ganas o no que tengamos de ser incluidas y aprovechadas desde nuestras capacidades personales en el mundo público, donde seguimos siendo consideradas como recién llegadas o arribistas sencillamente porque no tenemos derecho a pertenecer a ese "otro" lugar.

LOS ESTEREOTIPOS DE GÉNERO

Como síntesis final, coincido con Mónica Xavier: este ha sido nada más que un pequeño paso, por cierto, muy distante del espíritu que acompaña este tipo de iniciativas, que es el de profundizar el principio de igualdad en las democracias contemporáneas. La senadora rescató el debate parlamentario del proyecto, calificándolo de " muy importante". Para mí, como ciudadana, también fue significativo porque pude conocer explícitamente como piensan nuestros parlamentarios y parlamentarias a la hora de discutir ideas que descansan en una serie de supuestos que fueron y vinieron todo el tiempo en el debate.
Así, nadie debería sorprenderse del convencimiento, bastante generalizado, de nuestro elenco político, de que a las mujeres no les interesa estar en la arena política y de que por eso mismo "se explica" que no estén. El nacionalista Alberto Heber basó su análisis en la constatación empírica de que las mujeres " desaparecen" de la vida política en el momento de formar una familia ­aunque habría que señalar que en el mercado laboral hace ya bastante tiempo que viene sucediendo otra cosa: las mujeres no dejan de trabajar cuando tienen hijos, ni de buscar ascensos o hacer carrera al interior de sus lugares de trabajo ni de ensayar todo tipo de arreglos familiares para balancear ambos mundos y también suelen estar más calificadas/preparadas que sus pares masculinos, como lo indican todas las tendencias mundiales a nivel de la matriculación universitaria-. Pese a que este senador no habló de "falta de vocación" ­como si lo hicieron otros-, concluyó que las mujeres prefieren seguir desempeñando su rol fundamental e insustituible dentro de la familia a andar por ahí a altas horas de la noche en reuniones interminables como exige la militancia política. Dicho de otro modo, más vale un padre ausente que una mamá que no esté incondicionalmente a todas horas en casa; mientras lo primero tiene justificación, lo segundo es imperdonable. Y, por supuesto, apostar por otras alternativas más "equilibradas" ni siquiera pasa por la mente de los políticos varones que, si bien invocaron a "las nuevas generaciones" con frecuencia, nunca consideraron que estos estereotipos son construcciones culturales y no un deber ser femenino inmodificable.

PROBLEMAS CON LA REPRESENTACION

Los miedos del también nacionalista senador Gustavo Penadés ­de que el día de mañana se le siente en la banca contigua a la suya una de las chicas de "Bailando por un sueño" (si es que directamente no lo desplaza)- aluden a otro tipo de discusiones, bastante recurrentes, cuando las mujeres pretendemos ingresar al mundo público sin basarnos exclusivamente en nuestra condición de "bello sexo". Hay bastantes dificultades para visualizar que esto no alude a un problema de capacidades -aunque en ocasiones nos obsesionemos en demostrarlo con ahínco, como si bastara para que nos cedan un lugar en el Club de Tobby- sino a garantizar las mismas oportunidades de participación y competencia.
La idea de representación democrática implica que quienes nos representan hablan no sólo en nombre de nuestros intereses o de los suyos propios, sino en función del interés general que está por encima de toda mezquindad o corporativismo. Las últimas encuestas de opinión pública indican que la ciudadanía tiene interés en que más mujeres estén en lugares de decisión, esto con independencia de que sean el 52% del electorado y pueda invocarse aquí un criterio de justicia distributiva tal como reclaman las mujeres políticas con la cuotificación.
Pero en el Senado se consideró como muy relevante que "las mujeres no votan mujeres", aunque seguramente no se tuvo en cuenta que como mayoría electoral no tienen por qué comportarse como una minoría. Esto me recordó discusiones añejas, ya perimidas en el tiempo, que fundamentaban la no consagración del sufragio femenino en que sería un voto conservador, vinculado a la iglesia o a que las mujeres votarían lo que votaba el marido o el padre...
¿Cómo votar mujeres si no están en las planchas electorales?, pero además yo me pregunto: ¿para qué quiero votar mujeres por el simple hecho de serlo? Y los hombres, ¿jamás votarían mujeres porque ellas nunca podrán representar sus intereses? ¿No se supone que votamos por ideas, por programas, por partidos políticos, por simpatías/empatías cívicas, por convicciones que van más allá de las personas?
Una cosa sí ha quedado clara en estos años: quien quiera ver plasmados proyectos que nos interesan a las mujeres más que a los hombres, porque nos afectan en forma diferente, necesita de una bancada femenina más numerosa; sólida y solidaria ya ha demostrado serlo y, teniendo en cuenta la escasez, muy eficaz a la hora de sacar adelante iniciativas que de otra forma seguirían considerándose como "temas menores" y sin importancia.
El argumento del valor de las minorías que llamativamente ha circulado también fuera del recinto parlamentario, en los medios de comunicación (entonces, ironizaron, tiene que haber cuota para los pobres, los trabajadores rurales, los afrodescendientes, los jóvenes, etc.) pierde pie porque lo que tenemos que decidir pasa por la calidad de la democracia definida en términos de paridad, un camino aun poco transitado en el Uruguay del siglo XXI pero muy vigente en el mundo contemporáneo.
Por otra parte, si lo que hace falta es "resolver un problema cultural" como dijo el senador frenteamplista José Mujica, habría que empezar por reconocer que en la agenda política estas discusiones no integran ningún orden del día.

DUDO, LUEGO VOTO

Personas tan distintas como Julio María Sanguinetti, José Mujica y Lucía Topolanski, señalaron que el mecanismo de la cuotificación no los convence del todo pero igual lo votaron "por las dudas". En un Parlamento democrático, ¿no se votan las leyes por convicción, además de admitir las acciones estratégicas que llevan a no salirse del molde de lo políticamente correcto o las disciplinas partidarias?
Que ingresen más mujeres al Parlamento no va a dotarlo de "valores más altruistas" o "sentimientos más nobles", ni va a eliminar la corrupción u otro tipo de tonterías esencialistas que circulan por ahí. Visualizadas como "raras" por ser pocas, las mujeres políticas sí muestran un comportamiento de sobreexigencia que se traduce en mejores rendimientos y resultados, como viene sucediendo con la Bancada Bicameral Femenina y como algún día dejará de pasar según pronosticó hace muchas décadas Simone de Beauvoir. La igualdad se alcanzará cuando tengamos el mismo número de mujeres y hombres mediocres en todas partes, cuando las equivocaciones de una mujer dejen de ser utilizadas contra todas las demás y su excelencia no sea la única condición bajo la lupa que le permita trascender el "reino de las necesidades", en el cual tampoco puede seguir estando sola con la excusa de que allí es "imprescindible".
Tenemos derecho a exigir la paridad y la cuota política es tan sólo un mecanismo más entre otros a ensayar. Es una deuda muy vieja que se arrastra como déficit desde los sueños incumplidos de la Ilustración. No creo que nos falte vocación ni convencimiento pero esta salida tibia, gradualista, bien uruguaya, en lo personal me exime de cualquier exceso de entusiasmo. Hubo mucho ruido (además muy conocido) y las mismas pocas nueces que cosecha
RECUADRO:
ACCIONES Y REACCIONES

Mientras el debate se fue dando y aplazando en el Senado, las mujeres hicieron algo más que ir a las barras, donde también simularon ser tratadas como musulmanas en la sesión del 21 de mayo, para disgusto de algunos parlamentarios y de la comunidad islámica del Uruguay. Recordemos que en algunos de los países de esa fe, aun hay incipientes democracias que no han consagrado el derecho al voto de las mujeres o lo han hecho en forma muy reciente como Afganistán (2002) y Kwait (2005).
En Montevideo pudieron verse algunos pasacalles, incluyendo uno que estuvo colocado frente a la Casa del Partido Nacional y otro frente al Palacio Legislativo, así como los carteles que aparecieron en los baños de hombres del recinto parlamentario: "Este es el único lugar del Poder Legislativo donde las mujeres no queremos entrar".
Aprovechando la era digital ­algo que hubiera sido la envidia de las sufragistas de principios del siglo XX- circularon mails refutando las argumentaciones de algunos senadores que llegaron a los medios de comunicación donde fueron difundidos. Posteriormente, eso se tradujo en el enojo de representantes nacionales como el senador nacionalista Francisco Gallinal, que un año atrás habría dicho públicamente que votaría a favor de la cuota y su par Carlos Moreira, que quedó "pegado" con la frase: " Mujeres vocacionales, inteligentes y estudiosas no abundan" según él, sacada de contexto pero que le valió que su hija de 20 años lo llamara para decirle "Papá, sos una bestia". Cuando el senador Moreira quiso aclarar sus dichos en sala, sólo agregó que mujeres "como la senadora Margarita Percovich" no abundan... Para eso, mejor que desensille y no aclare.
De todas formas, ya se vaticinaron artimañas para eludir la ley. El senador blanco Jorge Larrañaga auguró que podrían presentarse una pluralidad de listas cuotificadas (en las internas) y por eso mismo llevarían el impacto real a la baja en el número de mujeres. No es casualidad que los sectores políticos más grandes de todos los partidos políticos hayan sido los menos dispuestos a defender la cuotificación.
Publicado en La República de las Mujeres, diario La República, 8 de junio de 2008

PRESENTACION DEL LIBRO DE GUSTAVO PEREIRA (MEC)



El libro puede adquirirse en el Instituto de Filosofía, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Tel: 4081231

PRESENTACION


PRESENTACIÓN
El grupo de investigación Ética, justicia y economía es un equipo interdisciplinario de la Universidad de la República.Tiene sus referentes institucionales en el Departamento de Filosofía de la Práctica y en el Instituto de Economía, siendo sus responsables directos los profesores
Gustavo Pereira y Andrea Vigorito.
Las líneas de investigación que desarrolla se centran en la definición e implementación de criterios normativos de distribución de recursos, evaluación de la desigualdad y modelación de preferencias a través de la discusión pública.
En la actualidad se encuentra ejecutando proyectos de investigación que tienen su centro de interés en el estudio de las preferencias adaptativas y su influencia en la eficiencia que tienen las políticas sociales destinadas a combatir la pobreza.


Integrantes del Equipo: